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Descripción

TAPA BLANDA, LIBRO USADO, RECUERDA QUE EL 10% DE ESTA VENTA COLABORA CON FUNDACIONES QUE FOMENTAN LA LECTURA EN ZONAS VULNERABLES. El drama de Venancio Pérez Machuca no es su pobreza, tampoco que su casa en el barrio Franklin se haya convertido en algo parecido a un basural a raíz de lo que parece ser un mal de Diógenes. Su problema es La Canalla, una prostituta del barrio de 15 años que lo tiene hipnotizado. Le tendió una mano cuando era una niña pequeña, dándole la comida y el cobijo que su madre no le dio. También le dio un secreto: "¿Eres tú de verdad el Viejo Pascuero?", le preguntó ella al ver el traje rojo del personaje arrumbado en una esquina y él le dijo que sí. No es tan raro que años después, cuando La Canalla ya ha pasado demasiado tiempo en la calle, regrese donde Venancio y le pida lo imposible: "Arrepiéntete de todo lo que has hecho y destrúyelo todo. Como ángel exterminador de lo bueno y lo malo, no dejes piedra sobre piedra".

Como anuncia Leonart al inicio de Pascua , Venancio Pérez Machuca va a "planear" por toda la novela como si fuera un "dios o un concepto". Su poder viene del disfraz. "Para mí toda la idea de la religión, de cualquier religión, tiene ver con la idea del Viejo Pascuero. Tiene la misma lógica: creer en algo que no existe, que nos va a castigar o premiar de acuerdo a lo que hagamos. Es bonito creer hasta que tienes ocho años", dice Leonart, anunciando la desdicha de sus personajes: no todo lo que creyeron era cierto.

Venancio es el "primer personaje" que le rondó a Leonart, pero ni siquiera así abre Pascua . No es fácil describir el desarrollo de la novela. Avanza en historias desconectadas, se permite digresiones que se extienden hasta por 30 páginas y, cuando menos se ve venir, gira hacia el pasado. Dividida en siete capítulos, Leonart entra y sale de la cabeza de una decena de personajes, la mayoría solitarios atormentados por sus pasiones. A todos los examina incansablemente. Por cada silencio y palabra editada en la actual narrativa chilena, Leonart tiene parrafadas turbulentas y páginas desbocadas. El exceso es su marca.

"Por muchos años, en la literatura chilena al único que se le permitía ser excesivo era a Germán Marín", dice Leonart. "Sin entrar en polémica, con los silencios, la cosa con sordina y la historia mínima no me pasa nada. Hace tiempo que dejé de estar en esa categoría de escritor joven que tantea terreno, escribe una cosita... No tengo ninguna expectativa ya, simplemente escribo. Sigo adelante. Y por supuesto que mientras escribía Pascua me daba cuenta de que era una novela completamente excesiva. Pero si no, para qué", añade.

No se trata solo de un exceso en las formas, el tono también bordea la desmesura. Al narrador lo persiguen los relatos del libro como si fueran "un puñetazo de la ineludible realidad". "La rabia para mí es un motor. En general, me puede dar rabia todo. Muchas partes de mis novelas son diatribas. Están llenas de rabia", dice. "Pero también escribo desde la tristeza. En esta novela, me parecen mucho más tristes las historias imaginadas que las reales, son lo que a la gente le pasa: no son historias de abuso, sino de soledad. Por ejemplo, la de este gay con un prostituto que recogió de niño, es algo que sucede y está lleno de tristeza

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