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Descripción

Mucha agua ha corrido bajo los puentes de la minificción. Aunque esta manufactura brevísima se originó hace muchos años ya sin el nombre de microcuento, es quizás en la última década que ha proliferado en el mundo de Internet, en redes sociales, blogs, páginas, concursos on line que instan a escribir 80 o 100 palabras y convertirlas en una historia.

En Twitter, el reinado de los 140 caracteres, se erigen las brevedades como hongos en un bosque. Hiperbreves, seis palabras y aforismos van de aquí para allá en este mundo instantáneo, de imágenes rápidas y fugaces. Todos quieren llegar a la cima, todos quieren ser célebres, inolvidables, dar en el clavo. Pocos lo hacen; pocos saben que el microcuento debe ser un latigazo, jamás obvio. No se trata de ver de inmediato al Zorro en su corcel. El Zorro debe tener una máscara superpuesta a su máscara.

En este mundo de selfies, el buen microcuento no puede auto fotografiarse: es huraño, resbaladizo y puede arañarte. Es cierto que Internet ha democratizado la palabra, pero también, en este juego de espejos y brillos, la ha saturado. Es tanta la información que las narrativas terminan por destruirse o anularse. Todos quieren decir, pero nadie dice. Afloran las minibanalidades, los minichistes y el eterno juego de la intertextualidad. Es cosa de ver las miles de reescrituras sobre el Dinosaurio, de Monterroso. Por suerte, en este libro no hay ninguna porque lo impide la mano calamar, la ilustración que aparece al final y que sintetiza el modo escritural de Denise Fresard.

[Ilustración de Jacqueline Fresard] La mano calamar se aprecia desde el mismo comienzo. Articulado en seis partes, cada una con una ilustración superrealista, El país que huye no huye de sí mismo, no se satura, no entra en juegos de espejos que llevan a lo ya leído, lo ya visto; no proporciona la sonrisa bobalicona, sino todo lo contrario: te hace avanzar en el intrincado paisaje de historias, algunas muy mágicas (“La razón de la hechicera”, “Jesús Fernández torero”, “La guitarrista de Tenaún”) y otras, crudas, silenciosas, como si el acto de escritura fuese un dolor, un aguijón o una tinta calamaresca que va desde la creación a los ojos del lector/a. Aquí incluyo los textos “La ciudad pareció desvanecerse en el soplo de tu aliento”, “Tu exilio”, “Regreso a Ítaca” y “Nueve de octubre de 1967”.

Por Lilian Elphick
Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2014.

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